ENTREVISTA FILBOEl alemán Günter Wallraff habla este domingo en la Feria del Libro. Este periodista es un camaleón y, a la vez, el responsable de denuncias que han hecho temblar a Europa.
Autor: Diana Cristina Sánchez / SEMANA
Durante su historia como periodista de investigación, Günter Wallraff ha revelado los abusos de poder, la xenofobia y las condiciones de explotación laboral.
SEMANA: Usted se ha disfrazado de negro para desenmascarar el racismo, se ha infiltrado en importantes empresas para denunciar violaciones a las leyes laborales. Con sus infiltraciones, ha destapado la doble moral europea. ¿Qué lo motiva?
GÜNT
ER WALLRAFF: Yo viví un episodio traumático temprano en mi vida, que me marcó. Cuando era adolescente yo ya era un pacifista, y entrar al ejército, que por esa época aún estaba repleto de viejos nazis, era para mí un imposible. Aunque me enlistaron, me opuse a ir y, por supuesto, sufrí las consecuencias. Me sometieron durante meses a los más terribles métodos para quebrar mi voluntad. Me matonearon, me acosaron, me golpearon. Ahí comencé a documentar mis experiencias en un diario. En 1962, las publiqué con un prólogo de Heinrich Böll. Terminé en un centro psiquiátrico, en el que me trataron bajo el rótulo de “personalidad anormal”.
SEMANA: ¿Viene de ahí su afinidad por los desfavorecidos?
G. W.: Siempre me he sentido mejor con ellos. Yo evito la alta sociedad porque me ahoga. En cambio, me gusta estar con gente auténtica, que está verdaderamente viva, que no se disfraza y no ha aprendido a actuar. Siento además que mi cercanía a los desfavorecidos me permite alcanzar cosas.
SEMANA: ¿Por ejemplo?
G. W.: Sé que he cambiado a muchas personas. La gente se me acerca para decirme que mis libros les han enseñado a tener coraje. También he podido transformar la realidad. Una vez me infiltré en un call-center y trabajé ahí durante meses bajo condiciones laborales infrahumanas y con la instrucción de engañar al consumidor al otro lado de la línea. Cuando denuncié lo que viví, las asociaciones de protección al consumidor me convocaron para hacer campañas contra la explotación, y los efectos fueron enormes pues al final condujo a una reforma de ley. Logré que en Alemania ya no fuera tan fácil usurparles sus derechos a las personas. Les mostré la ilegalidad a los políticos y a los jueces con tanta claridad que no tuvieron otro remedio que reaccionar.
SEMANA: Usted acaba de pedirle a su editor que retire sus libros de Amazon. ¿Por qué?
G. W.: Debo ser consecuente. En las bodegas de distribución de Amazon la gente trabaja bajo condiciones muy malas y la los tratan con crueldad. Amazon es una organización tan perniciosa como la iglesia de la Cienciología, donde predomina una vigilancia total. Me pregunté: ¿Cómo puedo dejar que esa empresa distribuya y venda mis libros? Mi editorial aceptó la decisión bajo la condición de que yo prescindía de parte de mis ingresos.
SEMANA: ¿Dónde traza la raya para actuar dentro de la ética?
G. W.: Para mí el límite es bastante claro: la vida privada. Ni siquiera en el caso de mi enemigo más enconado me atrevería a inmiscuirme en una esfera íntima. Y hay otra frontera inquebrantable que consiste en el respeto de los más débiles. Uno no puede abusar del poder que tiene y dejarlo caer sobre ellos. Hay que disparar hacia arriba.
SEMANA: Pero para investigar usted debe primero engañar. Sus mismos colegas en Europa lo critican por eso…
G. W.: Cuando comencé mi carrera, sentía que tenía que justificarme. Me ponían contra la pared y me decían que lo que hacía era ilegal, injusto, tramposo… Pero había muchos otros periodistas que, a la vez, me veían como una suerte de libertador al atreverme a mostrar realidades ocultas que nadie más denunciaba. A mí me han llevado a los tribunales, pero siempre he salido ileso. No sólo eso. La Corte Federal Alemana declaró a mis métodos de montaje e infiltración como legítimos cuando los objetos de la denuncia son de gravedad.
SEMANA: Usted tiene enemigos. ¿Cómo se cuida?
G. W.: Guardando la calma y confiando en la gente. Muchas veces me ha sucedido que las personas que contratan para espiarme terminan destapándose conmigo. La confianza también me ayuda a protegerme de mí mismo. A veces duermo mal y tengo pesadillas, pero no quisiera volverme un paranoico.
SEMANA: ¿Tiene una vida privada?
G. W.: Si yo fuera consecuente, no podría tenerla, tendría que tener una vida monástica. He sido más bien ambiguo: me he casado tres veces y tengo tres hijas fantásticas, pero no convivo con ellas. Mi vida familiar y mi relación con mis amigos consisten en encuentros, contactos que van y vienen… En todo caso, un matrimonio como quizás usted se lo imagina, es incompatible con esta profesión.
SEMANA: ¿Qué investigación le gustaría hacer antes del retiro?
G. W.: Soy impetuoso y aún tengo fuerzas. En la botánica hablan del ‘florecer de la angustia’ para describir las flores que da un árbol antes de morir. Así me siento. Hago maratón, alzo pesas y me mantengo saludable. Y mientras siga así, continuaré. Para mi más reciente investigación me hice pasar por un traficante de personas. Hay temas que me apasionan como el mundo de las prácticas profesionales, que se han convertido en un foco de la explotación. Hay miles de jóvenes a quienes llaman los “practicantes permanentes” porque al no conseguir trabajo están dispuestos a laborar en pésimas condiciones para no caer en el desempleo. Yo quiero conocer ese mundo. También quiero escribir mi autobiografía. Y tengo más ideas, pero si se las contara afectaría mis planes.
SEMANA: ¿Cuál es la investigación que más lo ha afectado?
G. W.: Sin duda la vez que viajé encubierto a Grecia durante el fascismo de la Dictadura de los Coroneles. Me hice pasar por un miembro del Comité de Solidaridad, me dediqué a defender a los presos políticos y, claro, rápidamente terminé como uno. Entré 14 veces a la cárcel y fui interrogado repetidamente. Me habría podido pasar lo peor. Posteriormente, sufrí de problemas nerviosos y de concentración. Hasta hoy he sobrevivido, aunque soy consciente de los riesgos. Es más, desde esa investigación en Grecia tengo listo mi testamento.