viernes, 13 de enero de 2012

Psicóloga de reos


by Javier Quintero
El día que Guadalupe Moreno entró a la cárcel estaba muy nerviosa. Había cruzado por la puerta enrejada y avanzó despacio. Entonces sintió que era un momento difícil.
Tenía 18 años la primera vez que aspiró el ambiente de las celdas y se percató de que esos lugares, por naturaleza, tienen las paredes frías y de que todos los internos arrastran penas y sentimientos de ira, culpa y deseos de venganza, mezclados al mismo tiempo. Tal vez no era el ambiente más propicio para una jovencita.
Pero ahí estaba ya, adentro. Ahora han pasado 31 años y parece que Guadalupe Moreno no ha terminado de acostumbrarse al sonido de las rejas en esa única y vieja cárcel de Ciudad Obregón, en el sur de Sonora.
Había llegado como trabajadora social a apoyar las labores de atención a los reos, aunque no concluía sus estudios en la desaparecida Escuela de Trabajo Social “Benito Juárez”, en esa misma ciudad.
En su trabajo diario veía a los internos, todos con sus problemas, y recibía a los de nuevo ingreso, quienes exculpaban sus delitos y se decían inocentes de los cargos.
“Lo que sentía en ese momento era preocupación por los muchachos. Al principio, cuando yo los entrevistaba me decían que eran inocentes y se hacían las víctimas y yo sufría por ellos. Decía: Diosito, por qué no tengo una varita mágica para mandarlos a todos afuera”, contó Guadalupe.
Trece años como trabajadora social la hicieron comprender que esos reos necesitaban hacer un alto en su vida y debían aprender la lección, pero sobre todo necesitaban reconocer que habían hecho algo equivocado.
Ella quiso aportar más a su trabajo y mientras combinaba su faceta tras las rejas cursaba la carrera de Psicología en el Instituto Tecnológico de Sonora. Creía que desde esa nueva trinchera también podría ayudar a los reos. Así lo hizo. Guadalupe Moreno obtuvo su título y pidió el cambio de departamento en la penitenciaría.
Ser psicóloga de reos no es un trabajo sencillo. El experto debe enfrentarse a distintos caracteres, unos más agresivos que otros y estos quizá más depresivos que aquellos.
Guadalupe comenzó a platicar con todos porque sabía que se sentirían mejor si se sentían escuchados.
“Es complicado porque es gente muy lastimada y dolida, que viene de hogares desintegrados, que ha sido abusada, maltratada, rechazada, ignorada. El hecho de que alguien se ocupe por ellos les gusta. Ellos traen arrastrando mucho resentimiento, mucho odio, mucho deseo de venganza; pero si ellos se sienten escuchados y aceptados por nosotros, se sienten mejor”, aseguró esta especialista que además se dio tiempo para estudiar la Licenciatura en Educación en la Universidad Pedagógica Nacional, atender a sus dos hijos, Mónica, hoy de 24 años, y Rafael, de 18, y dar clases matutinas en una escuela particular.
Si hay algo de lo que se ha sentido orgullosa es de su trabajo. Con sus charlas, terapias y recomendaciones, los reos cambian su actitud, descargan los problemas emocionales y vuelven a sonreír.
“Creo que he cumplido una parte si el interno que venía angustiado, preocupado o enojado, regresa a su celda con una sonrisa o más relajado. Sé que es un proceso muy largo el de la readaptación”, dijo.
Guadalupe Moreno ha implementado diversas técnicas para lograr el contacto emocional con los reos. Algunas veces bromea con ellos porque les aligera el estrés. Hubo un tiempo en el que les daba un dulcecito y les decía: “Toma, para que se te quite un poco lo amargado”. Y con eso sonreían. Era un buen comienzo

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