miércoles, 18 de enero de 2012

MARUCHAN RARÁMURI

Diego OSORNO
Colaboracion especial
2012-01-17 14:22:36



Sierra Tarahumara, Chihuahua.- Delante del mostrador de la tienda La Polvorilla, Armando comprueba el peso de las compras que acaba de hacer con dinero ganado destapando y puliendo baños en uno de los nuevos hoteles del Divisadero.

Luego de varios años de crecer probando solamente yerbas del campo o maíz hecho tortilla o pinole, será uno de los rarámuris de la región que tendrá platillos de res en la mesa de su casa. Lengua, cabeza e hígado, los despojos de la vaca, su alimento. Quizá después, con el sueldo de 350 pesos semanales, hasta le alcance para una costilla o algo de la mejor carne del animal.

Afuera de la tienda de abarrotes, sentadas alrededor de la mejor construcción del poblado, una decena de rarámuris, vestidas con sus ropas de arcoiris, comen y comparten con sus bebés de unas bolsas de plástico color ázul chillante y retacadas con enormes dedos de harina con queso que saben a aire y que se llaman Puffs. También se llevan a la boca ChetosSabritones y galletasEmperador de vainilla. La sed del mediodía caluroso la sacian Coca-Colas.

Es sábado en esta comunidad rarámuri a 10 kilómetros de distancia del complejo turístico de la sierra Tarahumara, donde hay una estación del tren, un mercado, un hotel que cobra mil 800 pesos la noche y un mirador hacia las Barrancas del Cobre, declaradas por TV Azteca como una de las 13 maravillas de México. El estruendo del silbato del ferrocarril que pasa por en medio del pequeño poblado es la señal inequívoca de que el "progreso" también pasa por estas tierras.

Pero el progreso de estas tierras no lo evidencia nada más el trayecto ruidoso del tren donde viajan turistas que de forma ágil hacen fotografías, lo mismo de acantilados hermosos como del poblado y los nativos, desde las ventanas de los confortables vagones del convoy en el que van. Los paisajes naturales de la sierra Tarahumara son hoy en día un nuevo artículo de consumo.

Hace unos meses apareció en la moderna zona turística de El Divisadero la estatua de dos perros chihuahueños vestidos como indígenas rarámuris. La idea de la escultura fue copiada por el gobierno estatal de un proyecto artístico de Suiza, en el cual, las vacas –símbolo de aquél país- eran vestidas con distintos oficios como el de carpintero, albañil y demás, para homenajear a "la ciudadanía suiza".A los gobernadores indígenas no les agradó este proyecto. "¿Y por qué mejor no ponen también a perros chihuahueños en una curul, o a uno con corbata en la oficina del Gobernador?", se preguntó uno de los gobernadores rarámuris, todavía abrumado por el veloz y torpe desarrollo turístico de la zona en los últimos años.

Mientras Armando termina de pagar sus compras, otra indígena rarámuri vierte salsa Valentina y un poco de limón en el bote de hielo seco donde se preparan las sopas Maruchan, uno de los productos más vendidos en la tienda, según cuenta el dueño, un mestizo muy amable.

La sopa que esta rarámuri lleva en la mano es de camarón con chile. En la lista de ingredientes de otra de las sopas que están amontonadas en uno de los estantes de la tienda se puede leer que este potaje instantáneo está hecho de aditivos químicos, colorantes, saborizantes, mucha sal y glutamato monosódico, una cosa cancerígena según varios estudios científicos.

- No había visto una tienda tan surtida en las comunidades rarámuris de por aquí- le comento al propietario.

- Es que aquí circula un poco más dinero porque estamos cerca de la zona turística. La gente tiene dinero...

- ¿Y en qué lo gastan principalmente?

- Pues la Maruchan se vende mucho.

- ¿Y la Coca-Cola?

- Se vende más esa -dice mientras señala un envase gigante lleno de refresco de la marca Mega Big Cola-. Es más barata.

- ¿Y de las papitas?

- Las que se venden muchísimo son las Mix. Se me acaban antes de que llegue otra vez el repartidor de Barcel.

En lo que conversamos, Armando, el indígena que medía con cuidado el peso del trozo de hígado y de la lengua de res recién comprada, ha salido de la tienda cargando tres bolsas de mandado, ayudado por su adolescente hijo. Sobre el mostrador quedó una lista de lo que ha adquirido. La lista de compra de este rarámuri beneficiado por el progreso turístico es:

Una bolsa de papas
Chips Natural
Dos bolsas de Chips (chipotle) grandes
Una bolsa de galletas de animalitos
Una botella de Sprite de 1 litro
Tres Jabones Flor
Dos kilogramos de frijol
Una lata de chiles La Costeña
Carne (hígado, lengua y cabeza)
Ocho kilos de masa de maíz Maseca.


Todos los productos suman un total de 536 pesos.

- ¿Es eso lo que él le compra cada semana?- pregunto al dueño de la tienda.

- No. Esa es su compra para todo el mes.

Maruchan, Coca-Colas y Maseca. El progreso de la Tarahumara visto desde la tienda La Polvorilla.
*****



Juanita Sotelo abre una sopa instantánea Maruchan. Vacía dentro de ella unas cuantas frituras y algo de líquido de una Coca-Cola. Después revuelve el potaje y lo enseña a la decena de mujeres rarámuris que apenas hace una hora estaban sentadas afuera de la tienda, comiendo Sabritones y galletas Emperador con Coca-Cola.

Mientras la mezcolanza va pasando de mano en mano, Juanita les explica en rarámuri –porque la mayoría no habla español- que eso es lo que ellas tienen ahora dentro de sus estómagos. Unas sonríen, risueñas como de por sí son, pero otras sólo se quedan serias y esconden discretamente la bolsa de Rancheritos que tenían antes a su lado, a la vista.

Todo esto sucede en un cuarto oscuro que está junto a la tienda La Polvorilla. Juanita Sotelo, junto con Catalina y Mercedes, otras indígenas rarámuris, están dando una charla sobre la alimentación para estas comunidades que ahora sacian el hambre de mucho tiempo con comida chatarra. Van con ellas Adriana de la Peza y Mariel Ramírez, nutrióloga y bióloga, colaboradoras de la Fundación Tarahumara que recorren la sierra atendiendo casos de desnutrición.

En una de las láminas que han usado las promotoras rarámuris durante su exposición, aparece dibujado un niño.  "Este niño -se explica- enfermó porque no comió bien. Tomaba mucha soda, pan, papitas, tomó agua sucia y no se lavó las manos". Atentas, las rarámuris escuchan las recomendaciones, algunas de ellas sentadas sobre varias cajas vacías de refrescos de la marcaCoca-Cola, que han sido improvisadas como bancas.

Tres niños, desnutridos y descalzos, duermen sudorosos en el regazo de sus madres.



Los gordos de la Tarahumara

En Raramuchi el calor deja de ser una condición para convertirse en una especie de castigo. Pero en realidad ese no es el castigo.

En la puerta de un cuartucho de concreto llamado "Centro de Salud" se despliega una de las nuevas cruzadas sociales emprendidas por el gobierno federal para estos lugares de desolada certidumbre.

Tres cartelones de cerca de un metro difunden la "Campaña Nacional contra el Sobrepeso y la Obesidad". Las frías pancartas gubernamentales sirven para dar consejos a los indígenas rarámuris de los alrededores. "Cada escalón que subas contribuye a tu salud", recomienda una de ellas.

Raramuchi, la comunidad indígena donde se promueve esta flamante campaña oficial, es un rancherío de casas sin luz, agua, ni drenaje, dispersas en varios kilómetros a la redonda de estas cumbres de la sierra Tarahumara.

Para llegar hasta donde se colocó este lugar, llamado "Centro de Salud", los indígenas realizan caminatas de hasta seis horas, cuesta arriba, entre víboras al acecho y barrancos que a veces no queda más remedio que escalar.

En el "Centro de Salud" hay otras absurdas recomendaciones enviadas desde la ciudad de México. "Toma medidas por tu salud. En distancias cortas: camina", se aconseja en la entrada del lugar desde el que puede asomarse el paisaje inabarcable de la Tarahumara, donde a la vista aparecen de repente pequeños puntitos que son casas en las que viven los pacientes, que llegan caminando hasta acá.

Otra de las recomendaciones que se les hace desde el mundo oficial a los tarahumaras -como también se les llama a los indígenas rarámuris- es que cuiden su nutrición. "Balancea tu alimentación. Si comes fuera de casa: más fibra, menos calorías, menos grasa".

Todo esto tan irreal no es un delirio provocado por el calor.

En este "centro de salud" donde el gobierno despliega su Campaña contra el Sobrepeso y la Obesidad, de repente se abre la puerta y sale un niño de cinco años enflaquecido y con la mirada profunda por la tristeza.

- ¿Hay obesidad aquí en Raramuchi?- le pregunto a Luis Hernández, el médico que atiende.

- Ninguna. Por lo único que pueden tener gorda la panza estos niños es por lombrices.

Al final de cada una de las recomendaciones hechas en las pancartas, el gobierno federal se jacta: "México está tomando medidas por la salud".

*****



La nutrióloga Adriana de la Peza le enseña a Marce, una indígena de Raramuchi, a medir el tamaño y conocer el peso de los niños que se amontonan en un cuarto oscuro donde la comunidad celebra habitualmente sus reuniones. Catalina, una promotora rarámuri venida de otro poblado, también colabora en la faena. Mariel Ramírez, la joven bióloga del Distrito Federal que antes trabajó en Oaxaca en proyectos comunitarios con indígenas mixtecos y zapotecos, anota en una libreta las tallas de los niños.

De la Peza, quien trabaja como coordinadora en la Fundación Tarahumara José A. Llaguno, visitó poco antes Raramuchi para platicar con las autoridades en asamblea sobre la posibilidad de traerles leche en polvo, que pudiera ayudar a combatir la desnutrición existente. La comunidad aceptó y ahora, niños con emaciación, bajo peso para su edad y pelo quebradizo, hacen fila acompañados de sus madres para recibir "el programa de la leche" después de ser medidos y pesados.

"Algo pasó en Raramuchi y evidentemente se refiere a estos meses de hambre. El maíz del año pasado se está acabando y estamos ahora en la etapa crónica del hambre. Todos los niños están desnutridos", dice muy seria De la Peza, quien lleva amarrada a la cintura una hata, el chal distintivo de la lucha palestina.

De acuerdo con reportes de los Servicios Estatales de Salud del gobierno de Chihuahua de 2010, cada tercer día alguien muere de desnutrición en el estado. La enorme mayoría de los que engrosan estas estadísticas son indígenas rarámuris de estos rumbos, donde se estima que por lo menos hay 5 mil menores de cinco años padeciendo de hambre.

"Y en no pocas comunidades de aquí ni siquiera llega la presencia oficial para poder saber a ciencia cierta lo que está pasando", acota De la Peza, quien estudió nutriología en el campus de la Universidad Iberoamericana del Distrito Federal. La mayoría de sus antiguos compañeras y compañeros de escuela viven holgadamente de dar recetas y dietas especiales a personas que buscan mejorar su figura mediante una alimentación balanceada.

En cambio ella está ahora mismo cargando bebés famélicos en la sierra Tarahumara.

"Me parece absurdo que en los congresos de nutriólogos el tema principal sea la obesidad y todos te miren raro cuando se habla de la desnutrición. Como si ya no existiera en México o en el mundo", arenga.

*****



Estamos en la asamblea de la comunidad de Raramuchi. Junto con Adriana de la Peza, ha venido hasta acá Juanita Sotelo, una rarámuri de otra comunidad que fue nombrada hace unos meses directora del DIF del municipio de Guachochi.

Un cuarto equipado con camas, una pequeña cocina y varias cajas con despensa, permanece abierto, reluciente e intacto a un lado del mentado "Centro de Salud". Es el "Centro de Recuperación Nutricional", que lleva más de seis meses de haber sido construido y equipado, pero sigue sin ser utilizado. Y nadie sabe por qué.

Durante la asamblea, en la cual participan la mayoría de los rarámuris que pertenecen a esta comunidad, Juanita Sotelo ha pedido que venga el doctor Luis Hernández, para dar una explicación.

- ¿Qué pasa con ese Centro nutricional, doctor?- pregunta Juanita Sotelo delante de la asamblea.

- En unos seis meses estará funcionando.- responde el médico treintañero.

- ¿Y si ahorita tiene niños desnutridos?

- Pues se les da papilla.

- ¡Pero qué necesita para funcionar, si se ve que está todo completo!

- Falta el lavadero de la cocina...

- ¿El lavadero? Pero si ellos tienen la despensa ahí lista, por qué no hacen comida como lo hacen ellos, a su modo. No tienen que esperar una cocina eléctrica...

- Nosotros preparamos comida los domingos

- ¿Entonces los niños desnutridos tienen que esperar hasta el domingo?

- La gente, desgraciadamente, se enferma entre semana y viene los domingos. Los domingos los atendemos y les preparamos alimentos para que se vayan con algo de comida. Además, no nos han llegado los menús...

- ¿Un menú? Para qué quiere un menú si ve que los niños se están muriendo de hambre. Para el hambre no hace falta el menú. No espere a que le llegue ese menú, si ve la desnutrición que traen estos niños, déles la comida que tiene guardada ahí por favor. ¿O qué, no los ha visto?

- Pues sí, nomás hay como dos niños normales, sin la desnutrición, desgraciadamente.

- ¿Y qué va a hacer?

- Pues tenemos que esperar a que nos digan qué hacer.



Pastillas para no morir
Una tos leve que hacía pensar en un resfriado acababa por matar a los pocos días a los niños y adultos desnutridos recién llegados a la modesta clínica de Norogachi, a donde también viajé con la nutrióloga Adriana de la Peza, la bióloga Mariel Ramírez y Juanita Sotelo, directora del DIF de Guachochi.

Cuando Juanita Sotelo tenía 15 años vio de manera rutinaria cómo se murieron de tuberculosis decenas de indígenas rarámuris a los que ella ayudaba a cuidar durante sus últimos días de vida. En la mente de Juanita, aquella imagen de su adolescencia no es un recuerdo de un pasado desaparecido, por el contrario, es una cuestión de la realidad cotidiana que se vive en la sierra Tarahumara.

Hoy que tiene 38 años, mientras la camioneta conducida por la bióloga Ramírez trepa serranías en cámara lenta, Juanita Sotelo relata que sigue enterándose con regularidad de las muertes que hay a causa de esta enfermedad, erradicada de un plumazo en los informes oficiales de riesgo sanitario que se elaboran allá en la ciudad de México.

"Apenas supe que hace unos días llegaron 15 niños hechos huesitos a la Clínica San Carlos y que les están dando pastillas para que no se mueran", cuenta.

Además de trabajar "con las monjitas en la clínica", Juanita Sotelo trabajó desde los 11 años en una casa en el municipio de Parral y como mesera en "El Paradero", un restaurante del pueblo de Creel, cooptado cada vez más por el "progreso" que promete la industria del turismo.

"A los 20 años me casé con mi novio Lalo. Teníamos muchos años como novios y un día nos pusimos de acuerdo y nos robamos. Y hace unos años empecé a ayudar otra vez porque siento mi corazón grande cuando lo hago", sigue platicando.

Mientras visita comunidades alejadas, su esposo -inspirado y solidarizado con ella- hace lo mismo como chofer de un grupo de estudiantes de nutriología de la Universidad Iberoamericana, que han venido a hacer su servicio social durante un mes, recorriendo diversas rancherías rarámuris.

De ser una de las más activas promotoras de la Diócesis de la Tarahumara, Juanita Sotelo pasó a ser hace unos meses la directora del DIF del municipio de Guachochi, uno de los más grandes de la sierra y en donde el gobierno estatal tuvo que reconocer la existencia de una zona epidémica de tuberculosis.

En 2009, 55 casos de esta enfermedad pulmonar, para la cual existen vacunas, fueron detectados por funcionarios del gobierno en ciertas comunidades de la región. Sin embargo, la cantidad podría ser mucho mayor, ante el limitado alcance que tiene el brazo del Estado en la Tarahumara.

"En muchas comunidades de la Tarahumara la presencia oficial es nula. Hay comunidades enteras desnutridas donde no hay ni Oportunidades ni Seguro Popular, ni ningún otro programa gubernamental", dice la nutrióloga De la Peza, quien es coordinadora de la Fundación Tarahumara José A. Llaguno. Ella labora desde el 2005 por estas tierras.

En las cifras oficiales proporcionadas por los servicios estatales de salud, se revela que 9 de las 55 personas afectadas de tuberculosis, murieron. "Este triste panorama real en la Sierra Tarahumara indica que las instituciones de los tres niveles de Gobierno estamos fallando en el trabajo",  declaró resignado en la prensa local, David Lomelí, director del Centro de Salud y funcionario de epidemiología en los servicios estatales de salud de Chihuahua.

Las opiniones del doctor y funcionario Lomelí no provocaron ninguna reacción extraordinaria en este estado del norte del país, gobernado por el PRI, y que se encuentra sumido en una larga espiral de violencia por el narcotráfico, la cual oculta la crítica realidad que se vive en la sierra Tarahumara, donde la crisis por la escasez de granos hace que la vida se convierta en un asunto cada vez más difícil de sobrellevar.

Desde hace algunos años, cuentan voluntarios que vienen de otros lados del país a ayudar en la región, la muerte trágica de los rarámuris por hambre y por enfermedades curables, no parece llamar la atención oficial. "Eso (las muertes por tuberculosis y por hambre) es por los usos y costumbres de ellos", le respondió sentado en su escritorio, un funcionario de la Secretaría de Salud en el Distrito Federal, a un joven médico que acudió a pedirle que enviara urgentemente una brigada de ayuda sanitaria a la zona. Esa idea no es la excepción. Permeaba en buena parte de los funcionarios estatales y federales que entrevisté antes de hacer el viaje de varios días a la sierra.

Así, ante la ausencia oficial y el aumento de los casos de tuberculosis que se percibe en algunas clínicas de la región como la de San Carlos, las historias de indígenas rarámuris salvados de morir, también se vuelven algo habitual.

Juanita Sotelo recuerda la manera en que ella y otros promotores lograron salvar a cuatro niños que estaban muriéndose de hambre en la comunidad de Basigochi de las Palmas, que es a la que se dirige esta camioneta, que dribla tallos fornidos y arbustos que salen durante el trayecto por el camino agreste y enredoso.

"Vimos cuatro niños que estaban muy mal. Enfermos de diarrea, todos desnutridos. Uno de un año, otro de nueve meses, otro de tres años y uno más de ocho meses. Les dijimos que teníamos que llevarlos a Guachochi para que los atendieran en el Centro de Salud, pero la mamá de uno de ellos no quería ir a Guachochi. '¿A qué voy a ir, a que lo maten y a que me maten a mi también?', nos decía. Entonces tuvimos que convencerla y nos los llevamos y se salvaron apenitas", cuenta.

- ¿Y los médicos de la comunidad no se habían dado cuenta de que los niños estaban desnutridos?

-¡Nooo! (Una ligera sonrisa)... La brigada médica llega aquí cada mes.

Cuando Juanita Sotelo y otros indígenas rarámuris de la región hablan de una brigada médica, no se refieren a lo que pedía el joven médico allá en la ciudad de México, para atender la crónica situación de los rarámuris. Hablar de una "brigada médica" en la Tarahumara, no es hablar de un grupo de médicos desplazándose hasta alguna inaccesible comunidad, a bordo de ambulancias o vehículos de trabajo médico ambulatorio. No. En la Tarahumara, cuando se habla de una brigada médica, se está hablando de un médico que a bordo de una vieja camioneta pick up hace su pasantía con los indígenas enfermos, visitándolos durante algunas horas, una vez al mes. Unas horas nada más. El tiempo insuficiente incluso para constatar el lento fallecimiento sin registro oficial alguno de grupos enteros de personas. La muerte todos los días que parece no importarle a nadie.

O a casi nadie.

*****



"Aquí nadie se muere de hambre", dice Juanita Sotelo, cuando hablamos por teléfono, meses después de mi viaje. "¿Qué no te acuerdas que con la Maruchan y El Desfiladero nos llegó el progreso?...".

twitter.com/diegoeosorno

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