POR JUAN PABLO PROAL
CIUDAD DE MÉXICO
(proceso.com.mx).- Pocas bandas de rock de la vieja guardia pueden lograr en
instantes llenos totales en estadios de todas partes del mundo; son contadas
con los dedos de la mano. Lo común es que los grupos que alguna vez fueron
gloriosos toquen en pequeños foros de un puñado de países o que logren cierto
cartel gracias a un reencuentro fugaz. Tal vez lo más asombroso de los
británicos de Iron Maiden es que gira tras gira den vuelta al globo terráqueo
agotando las localidades de donde se presenten, causando un desbordante furor
entre quienes van a verlos.
Lo más lógico es que una banda
cuyos integrantes están por llegar a los sesenta años de edad reúna
primordialmente a seguidores contemporáneos. No obstante, si bien asisten
varios roqueros con décadas de experiencia, prevalecen los jóvenes ataviados
con playeras negras estampadas con el rostro cadavérico de Eddie, la mascota
del grupo. Iron Maiden impone en las nuevas generaciones.
A pesar de que el cantante Bruce
Dickinson apenas el año pasado fue dado de alta de cáncer de lengua, los altos
tonos de su voz aún cimbran los oídos de los espectadores. La banda esta semana
pasó por México, visitó Monterrey y ofreció dos fechas en la capital del país.
Mantienen un altísimo nivel de calidad. Un show impecable y lleno de vigor, una
mercadotecnia perfecta que seduce las costumbres de los países que visitan;
escenarios temáticos, con llamas y monstruos gigantes.
El concierto del viernes cuatro
de marzo en el Palacio de los Deportes inició pasadas las nueve de la noche,
precedidos por Anthrax, una de las bandas representativas del género trash
metal junto con Metallica, Megadeth y Slayer. Los neoyorquinos tocaron con su
inagotable energía y velocidad. No dejaron pasar temas clásicos de su célebre
álbum Among the Living, aunque privilegiaron canciones de su más reciente
disco, For All Kings.
Como acostumbra, Iron Maiden
salió de gira para presentar su nuevo álbum, en esta ocasión llamado The
Book of Souls, que, sin el respaldo de las estaciones de radio ni de los
medios masivos, debutó como número uno en 21 países. Los primeros temas que
interpretaron correspondían a este disco, el número 16 del grupo fundado en
1975 por el bajista Steve Harris. La temática está inspirada en muertes
históricas, como el accidente del aerodirigible inglés R-101, y también en el
Imperio Maya. Antes de interpretar la canción que da título al disco, Dickinson
habló de lo efímero de los imperios, de cómo ninguno sobrevive a sí mismo.
A partir del sexto tema, Maiden
comenzó a interpretar los himnos clásicos que los ascendieron a la inmortalidad: The
Trooper, Hallowed Be Thy Name, Fear of the Dark, Iron
Maiden y The Number of the Beast.
Los seis integrantes de Iron
Maiden se desviven en el escenario. Corren, saltan, recorren la plataforma,
sudan a mares. En sus rostros se refleja un sereno disfrute. Es evidente que no
lo hacen primordialmente por dinero. En un momento del concierto, Bruce
Dickinson salió a cantar con una máscara de Blue Demon y en otro luchó contra
la nueva versión de Eddie. En las últimas canciones se veía que hacía un
esfuerzo doloroso por no bajar su altísimo rendimiento.
Las personas ajenas a Iron Maiden
por lo general asocian al grupo con música demoníaca que sólo le puede gustar a
gente inadaptada y drogadicta. Pero para que un grupo fundado hace poco más de
40 años no sólo enajene a masas de todo el mundo, sino que incluso cuente con
su propia aerolínea, marca de cerveza y avión privado, hay un esfuerzo
empresarial de disciplina férrea.
Desde sus inicios fue una banda
que se caracterizó por trabajo extenuante, por esmerarse en ofrecer mejores
espectáculos, por la profundidad de sus contenidos y su veloz virtuosismo. Pero
tal vez han sido más impactantes sus –muchas veces censuradas- portadas con
diablos, asesinatos y monstruos. Sus canciones tenebrosas y sus escenarios
infernales. Sus pelos larguísimos y su vestimenta típica de un metalero; por
algo el baterista, Nicko MacBrain, fue confundido con un indigente y el hotel
que lo hospedaba en la Ciudad de México le denegó el acceso. Ellos lo han
explicado, es claro, su estética infernal es sólo parte del show, es ficción,
aunque aún asusta a las almas culposas.
Iron Maiden es un grupo que, si
una fatalidad no dicta lo contrario, bien podría estar muchos años más
recordando al mundo por qué el rocanrol alguna vez llenó los estadios que
quiso, por qué irritaba tanto a los conservadores y desquiciaba a los padres.
Lo hacen con vigencia, con dignidad, con todo su esfuerzo. No dan lástima, no
ofrecen giras porque se quedaron sin dinero, no se abandonaron. Casi ninguna de
esas bandas de la tercera edad puede presumir de lo mismo.
El último tema que tocaron fue el
clásico Wasted Years, que habla sobre no dejarse vencer por la
nostalgia: “No gastes tu tiempo buscando siempre esos años perdidos; levanta la
cara, hazte valer y date cuenta que estás viviendo los años dorados”.
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Se admiten, madrazos, chingadazos si son justos y merecedores. Quien este libre de pecado que tire el primero