sábado, 16 de marzo de 2013

Un héroe desconocido de la guardería ABC

 El Cayetano fuma crystal y tiene pesadillas con una niña que rescató. 
Imanol Caneyada |
fuente/diez4.com
Así lo conocen en la Y Griega, como el Cayetano. Hace 35 años que vive en la colonia, en un lote al margen del arroyo Las Víboras, prácticamente en el cauce del arroyo. Ahí mismo viven sus hermanas, en cuartos a medio construir que tienen cobijas por puertas. Cuando vienen las crecidas se inundan. Cuando el arroyo está seco, se convierte en un vertedero de basura. Apesta duro, huele a excremento, a orines, a uva fermentada. Pedazos de focos renegridos asoman en el fondo del cauce. Ilustración: Luisa Orduño Pisos de tierra, ventanas sin cristal, paredes desconchadas, la miseria en su más depurada expresión, la de la nada. Además de los cuartos donde viven el Cayetano y sus hermanas y sus sobrinos y cuñados, a la entrada del lote hay una pequeña capilla verde. La morenaza del Tepeyac protege desde el altar de madera a sus peores vástagos, a los hijos e hijas de la chingada que amanecen día a día sin remedio en el arroyo Las Víboras. El Cayetano, después de llegarle a la mostaza, de meterle duro al cristal si se tercia, se encierra en la capilla a llorar y a rezar, a intentar persuadir a los fantasmas carbonizados de los plebes para que se vayan mucho a la verga. Pelea de sombras. La tarde del 5 de junio de 2009, el Cayetano se encontraba con la palomilla del barrio quemando un gallo y caguameando, cuando alcanzó a distinguir una humareda que se levantaba a un par de cuadras de ahí. Siguieron la columna negra cada vez más gruesa y más alta, un poco por la cura del chisme, un poco por sacudirse la loquera, hasta dar con la guardería ABC en llamas. Fueron los primeros en entrar a la boca del lobo, oscura y caliente. Lo primero que vio el Cayetano fue a una niña sentada en una sillita. No se movía, no gemía, no gritaba. Por un momento pensó que era una muñeca. Cuando la cargó estaba caliente. La envolvió en su camiseta, encontró una luz lejana y salió con la pequeña en brazos. Sería el primero de los ocho niños que el Cayetano salvó ese día. Sus compas hicieron otro tanto. Nadie les otorgó un reconocimiento, nadie los nombró héroes, nadie preguntó por sus nombres. Eran los vagos de la colonia, su heroísmo no merecía una foto en el periódico, los estragos del cristal en sus rostros no cabían en la portada de ningún periódico. El Cayetano tuvo pesadillas los días subsecuentes; soñó a la niña sentada en su sillita; fue cuando empezó a llorar y rezar, ahí, en esa capilla de paredes verdes. Te vamos a chingar, Cayetano. También era verano. A la misma hora en la que inició la tragedia dos años antes, el Cayetano le dijo a su hermana que bajaría al arroyo para levantar chatarra y cobre. Su idea era venderlos y sacar unos pesos para curarse la malilla. Siguiendo el cauce cruzó por debajo de la calle Plutarco Elías Calles y salió a la altura de la primaria Amado Nervo. Destripó con las manos la tierra seca del cauce; fierros, botes, cables, todo sirve para una cura urgente. De repente, los policías de la patrulla 455 le dieron el alto, descendieron del vehículo y a golpes trataron de subirlo a la patrulla. El Cayetano se resistió al arresto y se agarró del cerco de la escuela. Manuela, otra hermana más y sus dos hijos de 4 y 5 años acudieron a los gritos del Cayetano. Cuando llegaron a la altura del carro, uno de los policías lo tenía sujeto del cuello mientras el otro le propinaba puñetazos en los riñones y en el estómago. El que lo golpeaba les gritó que no se acercaran e hizo ademán de sacar el arma. Antes habían efectuado disparos al aire para intimidar a los vecinos. En la trifulca, los niños y las dos mujeres salieron con raspones y moretones. La patrulla 455 pidió refuerzos. A los pocos minutos se presentó una media docena de vehículos de la corporación municipal y de la estatal tomando toda la cuadra; allanaron algunas casas y el taller mecánico del otro lado del arroyo. Catearon sin orden de por medio la casa de Cayetano. A él se lo llevaron. Durante todo ese lunes la familia no supo dónde lo tenían. No fue hasta la noche del martes que en la Procuraduría General de Justicia les informaron que se hallaba en la Comandancia Poniente de la PEI, acusado de agredir a funcionarios y de robo de chatarra y cobre. No es la primera vez que van por el Cayetano. Un par de meses antes, una patrulla de la policía municipal se detuvo a la entrada del predio de su casa; dos agentes descendieron y, desde el cerco, apuntaron con sus armas largas a los miembros de la familia exigiendo que entregaran al Cayetano. Lo acusaban de haber robado una bicicleta. ¿Quién lo acusa?, preguntó su hermana Manuela. Un vecino, le informaron los policías. Pues que ponga una denuncia y entonces que vengan por él, cómo que así nomás. Esa misma patrulla, la 455, u otras, han llegado a pasar frente a la casa del Cayetano y por el altavoz lo han amenazado: –Te vamos a chingar, Cayetano, te vamos a chingar. En noviembre de 2010, un grupo de policías municipales entró por la parte trasera del predio, en donde se ubica el cuarto del Cayetano, y se lo llevó a la fuerza. Dos días lo buscó la familia. En la comandancia sur, en la nueva, otra vez en la sur. Así los trajeron durante 48 horas. Por fin lo soltaron sin que fuera acusado de ningún delito. A Manuela, los patrulleros de la 455 le han dicho que el Cayetano es un cholo malviviente, un vicioso que no sirve para nada y que lo van a seguir chingando. Manuela cree que el acoso que su hermano y su familia han sufrido por parte de algunos chotas es una cuestión personal. Y sí, ya puso una denuncia en la Comisión Estatal de Derechos Humanos, pero ahí a uno no le hacen caso, dice Manuela resignada. El Cayetano, uno de los héroes anónimos de la Guardería ABC, entra y sale de la comandancia a cada rato. Cuando no está en el bote, se encierra en la capilla verde a rezarle a la Virgen de Guadalupe y a llorar por los niños muertos en el incendio de la guardería que se consumió a un par de cuadras de su casa

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