Tomado de elzancudo.net
Martín Vélez
10/Octubre/2011
No hace tantos años hubo un país llamado Nohaypurrún (oficialmente se llamaba Estados Unidos Nohaypurrunos). Ese país era en verdad privilegiado, lleno de riquezas de todo tipo, incluida una asombrosa variedad de paisajes naturales, cuya belleza motivaba la envidia mundial, al tiempo que su poderoso vecino, el país de Narizlarga, veía con tamaños ojotes las muchas riquezas de Nohaypurrún, situadas éstas en cielo, suelo y subsuelo.Los nohaypurrunos eran un pueblo alegre, bailador y dicharachero. Es cierto que también era un pueblo algo agachón y cándido: enNohaypurrún pasaba todo, pero no pasaba nada. Horas y horas los nohaypurrunos las pasaban frente al televisor. Cuando había algún problema grave, la televisión pasaba un emocionante partido de futbol, o un programa de una tal Señorita Aura (*), y los nohaypurrunos volvían a su calma apacible.
Sucedían crisis económicas, matanzas de jóvenes, incendios de centros de diversión con la gente adentro, incendios de almacenes habilitados como guarderías; había una grave corrupción en todas las instituciones. Pero lo dicho, los nohaypurrunos eran un pueblo al que le pasaba de todo, pero no pasaba nada. Gracias a un raro tipo de masoquismo generalizado, cultural, digamos (pégame, pégame, pero no me beses), losnohaypurrunos vivían, a su manera, felices.
Vecino de Nohaypurrún era Narizlarga, el país económica y militarmente más poderoso de la tierra. La relación entre Nohaypurrún y Narizlarganunca fue tersa. Pero se fue complicando cuando muchos narilarguenses dieron en consumir cierto tipo de algodón de azúcar. Ese algodón les alteraba el ánimo al grado que los ponía eufóricos; les hacía sentirse superpoderosos, o los sumía en un plácido letargo. Para decirlo pronto, el algodón de azúcar los ponía bien locochones. Los narilarguenses desarrollaron las más variadas e ingeniosas formas de consumir ese azúcar esponjoso: unos lo mordían de la manera tradicional, pero otros lo sorbían por la nariz (no batallaban mucho), otros lo hacían caldito y se lo inyectaban, otros más lo fumaban. El gobierno de Narizlarga prohibió el comercio y consumo de algodón de azúcar; pero los narilarguensessiguieron consumiendo porque grandes cantidades de ese producto cruzaban por la larga frontera con Nohaypurrún.
Desde luego que en Nohaypurrún también fue declarado ilegal el algodón de azúcar. Al principio no hubo problema porque los nohaypurrunosno eran grandes consumidores de ese producto. Pero una poderosa economía se fue desarrollando alrededor de los mocólares (así se llamaba la moneda de Narizlarga), que resultaban de la producción y tráfico de las muy variadas formas de la dulce y colorida esponja.
Había algodones azucarados de todos colores. Cada color de algodón era traficado por una banda distinta. Las bandas de traficantes, aunque rivalizaban entre sí, por muchos años llevaron la fiesta en relativa paz. Y vaya que aquello era una fiesta: grandes fortunas crecieron gracias al tráfico de la dulce droga. Políticos y empresarios “de primer nivel” entraron en complicidad con los algodontraficantes; unos procurándoles protección y otros ayudándoles a lavar el torrente de mocólares que resultaban del tráfico.
La voracidad de gobernantes y funcionarios fue la que desató un cruento enfrentamiento entre distintas bandas de traficantes de algodón de azúcar.
A veces, por ejemplo, un comandante militar vendía una plaza a los traficantes de algodón rosa; pero el jefe de la policía les vendía la misma plaza a los traficantes de algodón azul; pero luego el secretario de gobierno se las volvía a vender a los de color violeta. El resultado de la múltiple y descontrolada venta de plazas no se hizo esperar: decapitados, descuartizados, fosas clandestinas, pozole humano, en fin, sangre por doquier. Cada banda reclamaba con sangre la plaza por la que había pagado.
El presidente de Nohaypurrún, Felindo Jaladón (así se llamaba, lo juro) declaró una guerra frontal contra los traficantes de algodón de azúcar. Felindo Jaladón había surgido de un proceso electoral muy competido y muy sucio, cuyos resultados fueron tan dudosos que la mitad de losnohaypurrunos sospechaba que hubo fraude (la otra mitad no lo sospechaba, estaba segura). Felindo Jaladón, queriendo sacudir las dudas que pesaban sobre su presidencia, declaró la guerra contra el algodón, pensando que de esa manera aumentaría su popularidad.
Al principio así fue. Grandes contingentes de soldados, miles y miles de nuevos policías fueron enviados a las calles de Nohaypurrún para decomisar todo el algodón de azúcar, castigar a sus consumidores y encarcelar a los distribuidores. Todos los días, los noticieros daban cuenta de los grandes éxitos del presidente Jaladón en su guerra contra el tráfico de algodón de azúcar. La popularidad de Felindo subía como la espuma, muy a pesar de que muchos nohaypurrunos sabían que Jaladón, así como connotados miembros de su gabinete, eran voraces consumidores de algodón de azúcar, en su presentación embotellada.
Rápidamente, la guerra de Felindo contra el algodón de azúcar comenzó a cobrar vidas humanas. En pocos años, la cifra de muertos pasó de 50,000.
Sin embargo, el tráfico y el consumo de algodón de azúcar, lejos de disminuir, aumentaba cada día más. Los nohaypurrunos y hasta la prensa internacional se daban cuenta de que sólo se dejaba pasar algodón de azúcar azul. En realidad, la guerra de Felindo era contra todos los traficantes de algodón de azúcar que no tuviera color azul.
Tan falsa resultó la guerra de Felindo Jaladón contra el algodón de azúcar, que el líder de los traficantes de algodón azul, el famoso “Chato” se convirtió, en los primeros años de la “guerra”, en uno de los hombres más ricos y poderosos del mundo. La guerra era real, sí, tan real como las decenas y hasta centenas de muertos que aparecían todos los días. La que era falsa, enteramente falsa, era la razón de la guerra. En realidad, lo que el presidente Jaladón pretendía era dejar a sus amigos, los traficantes de algodón azul, encabezados por el “Chato” con el control de todo el tráfico hacia Narizlarga, además del dominio del creciente consumo interno, el algodonmenudismo.
La guerra de Felindo contra los rivales del “Chato” fracasó completamente. Dos razones explican el fracaso de Jaladón: primero, las bandas traficantes de otros colores de algodón resultaron más poderosas de lo que le habían contado a Felindo; segundo, porque los colaboradores de Felindo Jaladón estaban haciendo negocio con la guerra; de manera que no les convenía una victoria rápida; pues cómo, si cada año el Congreso les aprobaba mucho más dinero para “que el algodón de azúcar no llegue a tus hijos”.
Qué buen negocio resultó la guerra contra el algodón. En fin, la guerra se pudrió, y esta historia continuó.
Martín Vélez
(*) “…y en el cielo, circundantes, auras tiñosas” M. Benedetti
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Se admiten, madrazos, chingadazos si son justos y merecedores. Quien este libre de pecado que tire el primero