En la Navidad de 2009, un enfrentamiento contra las fuerzas de los Beltrán Leyva cerca del Guamúchil de la Noria, Sinaloa, tuvo como resultado más de cuarenta muertos. Este acontecimiento pasó casi inadvertido por la prensa nacional, pero dio pie al testimonio de un especialista en la historia del narcotráfico sobre cómo se mira la guerra contra las drogas desde allá. El fragmento que presentamos es parte del libro editado por Diego Enrique Osorno, País de muertos, crónicas contra la impunidad, que comenzará a circular a finales de febrero bajo el sello de Debate.
Balazo 1
A los sinaloenses, hasta hace muy poco nos daba culpa escribir sobre el narco, porque era atizar la leyenda negra, porque estamos atrapados en una encrucijada ideológica, política y económica. No escribir de narco es engañarnos y escribir desincentiva el desarrollo productivo legal.
Balazo 2
Lo justo sería pedir reparaciones a Estados Unidos para resarcir los daños que su guerra por la prohibición de drogas ha provocado; por una guerra que se ha peleado en nombre de sus concepciones morales frente a las sustancias que ellos más que nadie consumen; por una guerra peleada con las armas que ellos comercializan y producen.
Balazo 3
En septiembre, Fernando Escalante publicó un artículo que concluía que la percepción de que la tasa de homicidios había aumentado era falsa. Desde Sinaloa, el texto se leía ridículo. Había muertos, muchos más de los que el gobierno contaba y muchos más de los que pudo imaginar.
Normalmente Mazatlán recibe con calor y ganas de fiesta, pecho hinchado de música de banda, alegría maleconera, buena cerveza y el camarón que usted se merece. Aunque es turístico y pesquero, Mazatlán no es para un viajero cualquiera, porque en este puerto se nos acendró una mescolanza cultural que no todos disfrutan. Vida sensual, beisbolera, carnavalesca, sin miedo al table dance. En el pedazo de tierra designado a los hoteles, o “zona dorada”, el turista notará que el mazatleco no tiene la actitud sumisa de los pueblos coloniales o la proclividad a la sonrisa hipocritilla de la industria de servicios moderna. Disfrutamos tanto de la vida, que no nos da la gana tendernos de tapete. El turista más explorador —ese que no llega a los hoteles all inclusive— irá al mercado a comprar marlin y artesanías de concha o irá a la central camionera vieja para explorar la posibilidad de agarrar un camión hacia algún pueblo colonial rumbo a la Sierra Madre. Si observa, ahí encontrará la mezcla entre la cultura de puerto y la cultura sierreña.
Cuando llegué de un viaje largo para pasar la Navidad el 22 de diciembre de 2009, Mazatlán me recibió con esa normalidad casi turística de no ser porque aquí nací y aquí vive mi familia. No se me ocurrió pensar en el narco, tema recurrente del sinaloense. Me fijé en las palmeras, en la desfachatez de mi hermana, en el cariño de mi mamá, en el pavimento —novedad frente a mi casa en la colonia Pancho Villa—. Desfilaron los amigos inmediatamente. Llegó uno del barrio. Platicamos de lo de siempre.
. Se me ocurrió mencionar el rancho. No lo hubiera hecho.
Está cabrón para la sierra, esos pueblos están bien calientes. No ves que el Chapo anda encabronado con los Beltrán Leyva. Ahora que mataron al Arturo Beltrán en Cuernavaca, los quiere barrer a todos, al Chaguín principalmente que es el que les maneja todo por acá a los Beltrán. Se puso cabrón en la mañana, como no tenían camionetón o de perdis alguna carcacha que aguantara la terracería, la gente del Tecomate tomó el camión pasajero en la central. Algunos venían de una boda. La han de haber pensado dos veces antes de subirse con el crudón. Pero ahí se fueron. Eran como treinta y cinco pasajeros. Antes de llegar a El Guamúchil el camión fue interceptado por cuarenta pistoleros vestidos con ropa tipo militar. Los bajaron a todos amedrentándolos a punta de metralla, y los llevaron a un escondite donde los tuvieron hasta pasadas las tres. El chofer se quedó en el camión. Dicen que lo obligaron a llevar a los empistolados a El Guamúchil. Son como gavilleros. Andan en guerra. Traen casitas de acampar y todo, como si fueran guerrilleros. Dicen que ahí estaba clavado el Chaguín. Pero cuando llegaron no lo encontraron. Entonces se encabronaron y balacearon las casas. Ya cuando vieron que no iban a agarrar a nadie se retacharon en el mismo camión pasajero, pero en el camino el Chaguín les puso una emboscada y los mataron a todos. Lo quisieron sorprender y se las regresó. Ametrallaron el camión donde venían los matones y le prendieron lumbre, que hasta granadas le echaron. Dicen que murieron como cuarenta pero a mí se me hace que fueron más.
La visita me dejó mortificado y como con pendiente. Me metí a internet, para ver qué decían los periódicos. Lo primero que encontré fue una nota de El Debate, periódico local priista. Era un articulito mal escrito para que se publicara al día siguiente:
La Secretaría de Seguridad Pública y Tránsito Municipal a través de su Departamento de Prensa confirmó que las fuerzas del Ejército que llegaron por la tarde al poblado de Guamúchil de la Noria, donde se presumía que había ocurrido un enfrentamiento armado y que se decía que había varios muertos, no encontraron ni muertos ni heridos. El reporte que se generó al mediodía de ayer martes, de que en el poblado en mención había muertos, no fue tal. El personal del Ejército, alrededor de las 19:00 horas, sólo encontró un arma larga y un carro que resultó con reporte de robo.
Ahora resultaba que la matanza no había ocurrido. Desde que subieron la nota, los comentarios mazatlecos no se hicieron esperar. Era ridículo. El primer comentario fue de un supuesto seguidor de los “chaguines” que andaba en pie de guerra; quería gritar el triunfo.
QUÉ 20 NI QUÉ 40 HAY MÁS DE 100 MUERTOS. YO SÉ POR QUÉ SE LOS DIGO. SI EL RECONOCIMIENTO QUE HICIERON LOS GUACHOS FUE PASAR UNA VEZ POR EL AIRE. Y ESO ES LO QUE ALCANZARON A VER. ESPEREMOS MAÑANA LAS NOTICIAS COMPLETAS, SEÑORES, Y TODAVÍA LOS QUE QUEMARON EN EL AUTOBÚS Y LA CAMIONETA.
Se repetiría el pleito en el blog. El tipo que puso el comentario sabía que a los chapos y a los mayos les iban a caer en el hígado sus palabras. Se los habían chingado y se los iban a chingar otra vez, aunque tuvieran al gobierno de su lado. Chaguín o no, el comentario se convirtió en la verdad del puerto desde muy temprano. Había más muertos de los que se podían contar. Todo mundo sabía que los guachos y los policías eran unos cobardes. Fueron en helicóptero y en carro. No encontraron los cuerpos en el pueblo, así que decidieron regresar antes de que se hiciera noche. Como chamaquitos con miedo a la oscuridad se regresaron sin investigar. Un seguidor del Cártel de Sinaloa contestó al seguidor del Chaguín en la página de El Debate.
Si serán pendejos chaguines. Ahí les demostraron que esa gente tiene huevos para pelearles a ustedes, culones. Bajen a Mazatlán nomás se la pasan atacuachados en la sierra donde pueden ver desde lejos... Dicen nos agarraron desprevenidos ¡Los agarraron tragando monda muy orgullosos de que mataron esa gente! ¡Pues si serán muy bestias! ¡Si no los hubieran venadiado! Bueno, yo no tengo nada que ver en esto, pero no quiero perros Zetas extorsionadores en Maza...
La sierra está arriba. Mazatlán abajo, dizque civilizado, hasta la madre de la violencia. La cultura de los colonizadores en las montañas está fuera de los círculos de conexión con la globalidad del puerto. El puerto es la puerta del mar, y la sierra está aislada. Así fue desde que los gambusinos de ojos verdes se quedaron colgados de sus sueños de fortuna en los cerros de Sinaloa durante la Colonia. Los “chaguines” están colgados en esos mismos sueños de fortuna, pero el verdadero negocio está abajo y no arriba. Ahí se van a quedar colgados, porque desde el puerto se puede combatir con las armas de los que sí saben dialogar con el poder. Cuando amaneció, el puerto discutió también sobre el hartazgo. Se notaba que los chapos y los mayos ya habían pactado con el gobierno para acabar con la gente de Beltrán.
Era mejor que los chapos y los mayos ganaran y centralizaran el negocio. Si ya lo habían pactado, quizá volvería la paz aunque fuese por un rato.
Aunque fueran perseguidos, los “chaguines” no se quedaban callados, porque en esta vida todo se sabe, especialmente los heroicos triunfos de la derrota anunciada.
MAÑANA VAN A SALIR EN TODAS LAS NOTICIAS SEGURAMENTE Y VAN A VER LO QUE LES DIGO. SON CERCA DE 100 MUERTOS. YA NO SABÍAN NI PA’ DÓNDE CORRER. POR EL RÍO PARECÍAN LIEBRES Y LOS DEMÁS PURO AUXILIO GRITABAN Y HASTA TIRABAN LOS RIFLES. UNA ANÉCDOTA CURADA ES QUE LOS PLEBES DEL CHAGUÍN NO QUISIERON NI AGARRAR LOS RIFLES DE LOS 40 CABRONES QUE QUEMARON... JA JA... ¡QUE PORQUE ESTABAN SALADOS Y NO TRONABAN! JA JA, CHALEEE, VATO... PERO POS LAS DEMÁS SÍ LAS TOMARON PORQUE TAMPOCO HAY QUE DESPERDICIAR. MUCHAS GRACIAS SR. CHAPO GUZMAN Y SR. ONDEADO POR LOS RIFLES MENOS ESOS 40 QUE SE QUEMARON JUNTO CON LOS GUACHITOS FALSOS.
Cuando amaneció, la matanza cundía de boca en boca con esas ganas frescas de pleito, con ese miedo horrible en el ambiente, con ese morbo sórdido con el que comulgamos, a veces, los hermanos, en medio del calor tropical.
* * *
Luego de revisar obsesivamente internet durante la noche, mientras tomaba café y platicaba con mi mamá, nos interrumpió un “¡Cooorre la sangre!... ¡Cooorre la sangre!”. El grito me regresó a la infancia. Todos los días por la mañana así se ha anunciado la llegada del periódico en Mazatlán. No todos los días se compra el periódico, pero este día era necesario. Necesitábamos, al menos, lucubrar hacia dónde se dirigía la guerra en el estado. Necesitábamos saber si había esperanza de que se calmara la cosa, o si íbamos a continuar así como estábamos, cuidándonos unos a otros en la danza de los francotiradores y las balas perdidas. No había gran novedad. Se hablaba de las notas nacionales sobre la ola de venganza de los Beltrán, pero sin mencionar la guerra a ras de suelo que se estaba viviendo en la sierra de Sinaloa. Las noticias del día sólo incluían el primer reporte de la movilización policiaca y militar hacia El Guamúchil sin detalle ni notas investigativas, sin la sed de verdad que a uno apresa cuando hay incertidumbre. No nos sorprendió, sin embargo, la falta. Es normal que sólo se cubran las noticias que rebotan los políticos y las policías. No hay periodismo de a pie, y dadas las condiciones en que los periodistas ejercen el oficio, no es para menos.
Carajo, pos esto está como en los ochenta, ¿no?
Uy, no, está peor.
¿Cómo está eso? Yo siempre me acuerdo de cómo, cuando estaba chico, decías que en los ochenta, con Toledo Corro de gobernador, no te daba tanto miedo que te pasara algo sino encontrarte otro muerto cuando caminabas en la noche cuando salías del trabajo.
Pues no, ahora está peor; no me da miedo encontrar los muertos, pero que nos vaya a pasar algo a mí y a tu hermana. Las cosas no son como antes, ahora tenemos miedo hasta de salir a la calle. Ya ves cómo es tu hermana de pachanguera. Ya le dije que un día de éstos le va a pasar algo.
Pues sí, pero qué le vamos a hacer. Tampoco puedes vivir con miedo todo el tiempo. Mi hermana sabe cómo está la calle, y a lo que se atiene, ya no es una niñita.
Ay, ya sé mi’jo pero me pongo nerviosa. Ya te conté del día en que le tocó la balacera, ¿no?...
Y así seguimos con el anecdotario de balazos y muertos y falta de respeto por los que no están metidos en el negocio. Durante la mañana y hasta entrada la tarde los comentarios de la matanza se empezaron a mezclar con quejas de la muerte de Melquisedet, el marino que había matado a Arturo Beltrán Leyva el 16 de diciembre de 2009. Ésas son chingaderas. Mataron hasta a la mamá. Eso no se hace. Los Zetas son unos culeros que le están siguiendo el rollo a los Beltrán. Si ya se sabe que no la van a armar, ¿por qué la cagan así? Con esto, con más razón el gobierno se va a poner con el Chapo.
Me quedé inconforme de no saber más. Por la tarde revisé las noticias de nuevo. En la ciudad de México, La Crónica de Hoy anunció que “un enfrentamiento entre bandas rivales en la zona serrana de Sinaloa dejó como saldo al menos 20 personas muertas, aunque extraoficialmente se hablaba de 40”. Se notaba que éstos no sabían de qué estaban hablando. Quién sabe de dónde habían sacado las cifras. No tenían ni idea de qué bandas rivales se trataba. Era una nota de periodismo ficción. Por su lado, El Universal dijo que, tras rumores de treinta y cinco muertos en la sierra, militares encontraron un camión de pasajeros incendiado y baleado con un cuerpo calcinado dentro, y que la policía estatal encontró otro muerto en el poblado de El Guamúchil. “Sólo hallaron a un anciano y varias viviendas presentaron disparos de balas, pero no encontraron más cuerpos. Moradores de pueblos de los alrededores señalan que fue un enfrentamiento entre dos grupos armados y que cada quien cargó con sus muertos.” ¿Sólo un cuerpo? No podía ser. Los hacedores de la verdad se evidenciaban ante la verdadera verdad del puerto. Nadie nos puede venir ahora con este cuento.
Eran las primeras noticias que se colaban a la prensa nacional. Estaba seguro de que El Debate o El Noroeste tendrían más información.
Efectivamente, tenían más información, pero no sobre la matanza. Ambos periódicos se centraron en repetir los reportes policiacos. La nota de El Noroeste sintetizaba la increíble noticia en la primera línea: “Dos personas muertas, un camión de pasajeros quemado, varios inmuebles baleados, cartuchos y artículos bélicos decomisados fue el saldo del cruento enfrentamiento entre integrantes del crimen organizado suscitado la mañana del martes, en la zona serrana de la sindicatura de La Noria, Mazatlán”.
Mientras leía, recibí la llamada de un amigo periodista.
¿Qué pedo, cabrón, cómo estás? Te pierdes, güey.
Aquí ando en Sinaloa. Es que llegué y nomás he estado con la familia. ¿Dónde estás? Deberías venir a Sinaloa. Está cabrón. Hacen falta periodistas acá.
Viste lo del marino Melquisedet. Ando por acá en Tabasco. Está muy cabrona la nota. Mataron a la mamá y a dos hermanos y a otra señora. Fueron cuatro muertos. No puedo ir para allá. Voy a ir al pueblo de donde era a hacer una nota buena, describir la casa y todo.
No mames, güey. Déjate de chingaderas. Nomás porque el gobierno dice que éste es un héroe ahí vas con toda la manada. No mames, güey. Vente para acá. Dices que fueron cuatro, ¿no?
Sí, está muy cabrón lo que está pasando.
Pues acá acaban de matar a cuarenta o sesenta, y nadie lo está cubriendo. Los mataron en un pueblo para la sierra, en un enfrentamiento de la gente del cártel contra los otros. Nomás están sacando unas notas pedorras. Ésta es la guerra de a de veras y nadie sabe nada. Ni el Ejército. Seguro lo están tapando, pero eso es otro cuento. No sabemos ni cuántos muertos hay porque no ha habido periodistas que se lancen para allá. La de Melquisedet es la nota del gobierno; aquí está la guerra de verdad, pero allá andan todos los periodistas hechos bolas. Vente.
No, no puedo, carnal. Pero lo de Melquisedet está cabrón, se fueron contra la familia.
No, pos, sí...
El nudo en la garganta. Algunos periodistas, incluida la televisión local, llegaron al Guamúchil para dar el reporte cuando los policías y los militares les enseñaron el camino. Los reporteros y las autoridades llegaron acompañados del personal de la funeraria Moreh. Dice mi amigo Cayetano Osuna, reportero de Río Doce en Mazatlán, que los pobladores de ranchos cercanos se sorprendieron al ver pasar dos carrozas funerarias vacías. “¿Dónde quedaron los muertos? ¿No revisaron a la orilla del río Presidio?”, se preguntaba la gente. Y es que según ellos ¡había decenas de asesinados!
El Guamúchil estaba desolado. Las casas baleadas con roperos revueltos por habitantes que debieron salir corriendo con equipaje ligero. De los retrovisores de catorce carros abandonados colgaban rosarios, vírgenes de Guadalupe y santas muertes. En una quebrada como a dos kilómetros del pueblo estaba un camión quemado, donde los empleados de la funeraria Moreh recogieron un cadáver carbonizado. Los empleados de la funeraria esperaban cuarenta y un cadáveres. La empresa, en señal del carácter emprendedor del sinaloense, acababa de comprar cien ataúdes. La filial de Culiacán envió apoyo al puerto: harto formol, cincuenta bisturís, cincuenta sábanas. Cuando salió de Mazatlán, el chofer de la carroza dijo que iba por cuarenta y un cadáveres. El asfalto estaba mojado y chocó un costado de la carroza antes de salir de Mazatlán. A las nueve horas, regresó, desilusionado, con uno.
* * *
A los sinaloenses, hasta hace muy poco nos daba culpa escribir sobre el narco, porque era atizar la leyenda negra, porque estamos atrapados en una encrucijada ideológica, política y económica. No escribir de narco es engañarnos y escribir desincentiva el desarrollo productivo legal. La paradoja tiene en nuestros días tres consecuencias perversísimas, no sólo para la economía mazatleca o sinaloense —mal que bien tiene altísimas tasa de ahorro que contrarrestan la falta de inversiones—, sino también para el desarrollo nacional: empuja a que se nos olvide plantearnos qué podemos aportar al país, destruye nuestra confianza en nosotros mismos y anula la posibilidad de habilitar la esperanza.
Y eso no sólo nos pasa a los sinaloenses. Tomemos el caso paradigmático de Felipe Calderón. Se ha dicho hasta el cansancio que la guerra iniciada por el presidente Calderón fue basada en encuestas de opinión, y no en una estrategia gubernamental coherente. Incluso él ha reconocido que la premura no le permitió articular una estrategia antes de lanzarse a la guerra. Era lo única opción para empezar su gobierno: crear un enemigo interno ante la imposibilidad de tener enemigos externos, y lo hizo como las derechas estadounidenses. Desde sus primeros discursos en diciembre de 2006 y principios de 2007, Calderón dividió al país entre buenos y malos. Los buenos estaban en su lucha contra el narco, los malos estaban contra él o eran, como dijo su ex Secretario de Gobernación, “tontos útiles”.
La trinchera de Calderón se inundó de sangre. Los asesinatos de la guerra que emprendió fueron la principal noticia sobre México en el extranjero durante 2007 y 2008. En el camino, el régimen calderonista olvidó las propuestas, los trabajos para el beneficio del país, las políticas públicas consistentes con cualquier ideal de nación, incluidos los ideales de las derechas. La sangre llegó al cuello de la nación cuando en diciembre de 2008 la revista Forbes dijo en un artículo de portada que México era un “Estado fallido”. Territorio, gobierno y población fracasados. Punto. Ya para 2010 hasta la Iglesia católica reclamaba que en México hubiese tanta desesperanza.
Las izquierdas aprovecharon para fortalecer la crítica: nada bueno puede esperar este país de un presidente que arribó bajo la sospecha de un fraude electoral: el país estaba a punto del colapso bajo el gobierno de un presidente espurio. La respuesta de la presidencia y los intelectuales de la derecha no se hizo esperar. En repetidas ocasiones Calderón llamó a los periodistas a no cubrir las matanzas de su guerra. Eran unos exagerados. Pidió que dejaran de ser amarillistas, apologistas de la ilegalidad. El 23 de marzo de 2009, Enrique Krauze escribió una editorial en el New York Times diciendo que la cobertura periodística había caído en la “pornografía de violencia”. Hillary Clinton viajó a México para apoyarlo: la Casa Blanca no creía que México fuera un Estado fallido y el gobierno que representaba se sentía responsable por el tráfico de armas.
En septiembre, Fernando Escalante publicó —como adelanto de un libro— un artículo en Nexos en que concluía que la percepción de que la tasa de homicidios había aumentado era falsa: “Entre 1992 y 2007 disminuyeron sistemáticamente, año con año, tanto la tasa nacional como el número de homicidios. La tasa pasó de un máximo de 19.72 en 1992 a un mínimo de 8.04 en 2007”. El libro empezó a circular con una “Presentación” de los jefes de las dos instituciones coeditoras, Javier Garciadiego, presidente de El Colegio de México, y Genaro García Luna, secretario de Seguridad Pública: el estudio de Escalante permitía “confrontar las percepciones sobre inseguridad con la realidad” (El homicidio en México entre 1900 y 2007, p. 9). Desde Sinaloa, el librito se leía ridículo. Había muertos, muchos más de los que el gobierno contaba y muchos más de los que pudo imaginar. Pedro Brito, especialista mazatleco en desarrollo regional de la Universidad Autónoma de Sinaloa, publicó un artículo en el que demostraba que el conteo de muertos de Escalante, según cifras también oficiales, era “inconsistente”, “cuestionable”, “no coincide”.
En particular, revisé los datos sobre homicidios cometidos en Sinaloa en el cuadro nacional que presenta Escalante y los comparé con los datos de homicidios dolosos que publica la Procuraduría General de Justicia del Estado de Sinaloa (pgje), y los resultados son inconsistentes... Según Escalante, de 1993 a 2007 en Sinaloa se cometieron 7 561 asesinatos, mientras que la pgje sostiene que en ese periodo ocurrieron 8 982. Tal discrepancia indica que hay problemas con los datos utilizados por el investigador, pues en realidad la cifras que publica la instancia de justicia estatal podrían estar más apegados a la realidad; ello en virtud de que la recopilación de datos sobre homicidios a nivel estatal está más vigilada por los medios de comunicación, que también llevan cuenta... (Ibid., pp.190-192.)
No todo fue discursos, artículos y libros que, en el ámbito ideológico, apoyaban la postura gubernamental. En octubre, Rubén Aguilar y Jorge G. Castañeda publicaron El narco: la guerra fallida, donde argumentan el fracaso de origen de la guerra de Calderón. Aguilar y Castañeda dicen desde el prólogo que Calderón mintió: las drogas no estaban llegando a los hijos de los mexicanos en grandes proporciones; el consumo mexicano es menor que en muchos países latinoamericanos y, por supuesto, mucho menor que el voraz vecino de la embriaguez: Estados Unidos. El presidente dramatizó supuestas consecuencias del narcotráfico en el consumo interno para declarar una guerra por motivos políticos: el deseo de encontrar la legitimidad que no pudo obtener en las urnas.
No puedo estar más de acuerdo con los autores. Sin embargo, sus ideas sobre la violencia desatada por Calderón y sus análisis de la relación con Estados Unidos fue muy limitada. Decían que la corrupción no era más grande que en el pasado y que la violencia no había aumentado tanto en los últimos años. El argumento obviaba el razonamiento económico básico que moldea el mercado de drogas ilegales: cuando el Estado mete más policías aumenta el riesgo e infla los precios de las drogas dando incentivos para que los personajes más violentos y más hábiles en corromper a los gobiernos sean reyes. Con respecto a Estados Unidos afirmaron que deberíamos colgarnos de sus discusiones sobre la legalización de las drogas —en especial de la mariguana— y olvidarnos de denunciar su tráfico de armas. Tengo mis dudas y diferencias analíticas con todos estos planteamientos.
Es evidente la necesidad de empujar una actitud más madura frente a las drogas. Sin embargo, no es posible, desde una perspectiva mexicana, sólo empujar desde el movimiento estadounidense para la legalización: es necesario tomar en cuenta las consecuencias de que los estadounidenses legalicen antes que nosotros y a partir de ahí articular una estrategia mexicana.
Lo más coherente, dadas las circunstancias, sería no esperar a que ellos legalicen mientras nosotros ponemos la cuota de sangre en la espera, sino empujar que la legalización en México se realice antes que en Estados Unidos para tomar ventaja de los nichos de mercado legal que las legislaturas estatales estadounidenses están abriendo allá. También debemos denunciar su tráfico de armas, y aún más: en el proceso, lo justo sería pedir reparaciones a Estados Unidos para resarcir los daños que su guerra por la prohibición de drogas ha provocado, por lo menos, desde los últimos cuarenta años: pedir reparaciones por una guerra que se ha peleado en nombre de sus concepciones morales frente a las sustancias que ellos más que nadie consumen, por una guerra peleada con las armas que ellos comercializan y producen. Mexicanizar las visiones críticas en lugar de americanizar o “colombianizar” la sangrienta lucha contra el narco, porque más allá de todas las discusiones y polémicas sobre el Plan Colombia (el costo en derechos humanos con cuatro millones de desplazados contrapuesto con el terreno ganado a la guerrilla), hay consenso en una cosa: el Plan Colombia fue un fracaso como política antidrogas. Los grandes cárteles de estructura altamente estratificada y centralizada han sido sustituidos por seiscientos cárteles llamados boutique que tienen tecnologías mejoradas, explotan nuevas rutas geográficas y se abocan a nuevas sustancias. Por eso, en los últimos años, los funcionarios estadounidenses y colombianos venden el Plan Colombia como una operación exitosa de mejoramiento de la “seguridad” y de “reconstrucción nacional” dejando de lado el análisis de cómo estas estrategias aumentan la estructura de desigualdades en el mercado de drogas —hasta ahora— ilegales.
* * *
En el Guamúchil iban buscando al Chaguín. Pero es cabrón el Chaguín. Está bien morro, no pasa de los 30 años... pero es cabrón, porque por más que lo buscan no han podido agarrarlo. Ya llevaba rato escondido ahí en el Guamúchil. Los pistoleros creyeron que los iban a confundir con pasaje y que lo iban a agarrar de sorpresa, pero nada. Se bajaron y mataron a uno y se pusieron a rafaguear las casas donde supuestamente estaba. Pero nada, que ya se había ido. AK-47, R-15, 9 milímetros en vano. Se les peló.
Se escapó y sólo encontraron un cuerpo. La Agencia del Ministerio Público Especializada en Investigación de Homicidios Dolosos integró un expediente. A principios de enero, María Guadalupe Guzmán Ramírez, jefa del Departamento de Averiguaciones Previas de la Subprocuraduría Regional de Justicia, concluyó que “sólo se encontró una persona completamente calcinada”. También recordó que un habitante del Guamúchil reportó que asesinaron a Horacio Ríos Osuna de 22 años, cuyo cuerpo fue trasladado a otro pueblo por familiares.
El 6 de enero los pueblos de la sierra recibieron la visita del diputado local panista y ex alcalde de Mazatlán con ganas de volver, Alejandro Higuera Osuna, quien regresó con la novedad de que, en La Noria, los habitantes seguían hablando de muchos muertos. Higuera dijo que esta versión no se parecía en nada a la de las autoridades. La jefa del Departamento de Averiguaciones Previas de la Subprocuraduría de Justicia en la zona sur de Sinaloa recalcó que no tenía elementos para asegurar que hubiese más asesinatos, o que los grupos rivales hayan recogido a sus muertitos. Ésas eran versiones no confirmadas. No eran verdad jurídica. También dijo que la investigación sobre armas, cartuchos, cargadores, ropa y equipo militar no le tocaba. Habría que preguntar a la Procuraduría General de la República.
La verdad que se conoce no es verdad mediática ni mucho menos jurídica. La matanza del Guamúchil nunca fue. La confirmación vino de Tepic. El 12 de abril de 2010 a las cuatro de la mañana los vecinos de la colonia San Juan escucharon una balacera. Al menos cuatro helicópteros de la Marina y el Ejército sobrevolaban sus casas. Nunca Nayarit había visto tal movilización. El rumor de que habían matado a un narco sinaloense se esparció. Era Santiago Lizárraga Ibarra, mejor conocido como el Chaguín. Se decía ya por la tarde que a mediodía el Ejército todavía no podía tomar el control en la casa donde estaba el Chaguín, porque había hombres armados que mantuvieron rehenes. Combatieron hasta el fin. Se decía que el operativo lo habían mandado desde la ciudad de México sin avisar a las autoridades locales, incluido el gobernador.
En Mazatlán corría el chisme de que el Chaguín había caído. A las pocas horas, el ambiente de fiesta en el malecón de Mazatlán empezó a tomar vuelo entre los ganadores de la batalla. La brisa invitaba a los mazatlecos a ir a la playa, quizás a correr un poco por el mar, a caminar para ver y ser vistos. En el estacionamiento del Sumbawa —una discoteca justo frente al mar en uno de los límites de la bahía— empezaba a formarse ambiente de gran fiesta. Llevaron cerveza para todos. Quien quisiera llegar a la celebración era bienvenido. Dicen que había pisto hasta para llevar. Armaron un templete. Habría banda y toda la cosa; la Cruz de Oro tocó los corridos de los ganadores. Fiesta de pueblo en el puerto. Había que celebrar el triunfo del día. La fiesta, en grande, duró hasta las siete de la mañana. Muchos mazatlecos llegaron, ¿qué habría que temer? La baraja ya estaba echada. Si otros creyeron que podían asomar la cabeza de la sierra, estaban equivocados. Aquí los que mandan ya son otros y tienen al gobierno de su lado. Muchos otros no llegaron, porque el miedo es mucho y uno nunca sabe. Hoy ganan éstos, pero mañana pueden perder. Uno nunca sabe hasta dónde puede cabalgar la venganza. En cualquier momento se podía armar la bronca. ¿Se podrán volver a unir los sinaloenses? Muertos van y muertos vienen. No sabemos qué pueda pasar...
El sopor del verano mazatleco en 2010 nos tiene medio ahogados. No nos queda nada más que observar desde el jolgorio de la vida maleconera cómo se desesperanza el país y repetir como mantra que, como dijo un prócer en Tampa, las palmas son novias que esperan.
Mazatlán, Sinaloa, agosto de 2010.
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Se admiten, madrazos, chingadazos si son justos y merecedores. Quien este libre de pecado que tire el primero