miércoles, 15 de febrero de 2012

Guillotina para los libro

s (*)

Periodismo de emergencia, de Vicente Leñero.
Periodismo de emergencia, de Vicente Leñero.
Lo peor que le puede suceder a un escritor —de los que no somos best-sellers, por supuesto— es publicar un libro en Random House Mondadori de México.
A un amigo que me pidió no publicar su nombre le conté mi historia.
Resulta que en 2007 me dio por reunir lo que consideré los mejores reportajes y crónicas escritos a lo largo de mi vida periodística y lo llevé a Random House con el título de Periodismo de emergencia. Cristóbal Pera y Andrés Ramírez lo aprobaron gustosos.
Cristóbal Pera (director editorial) es un español buenagente que en alguna ocasión me distinguió invitándome a participar como jurado de un premio periodístico convocado por Random House. Andrés Ramírez (director literario) es hijo de mi queridísimo José Agustín, muy cordial conmigo aunque cada vez que le envío buenos libros inéditos de jóvenes narradores siempre les dice que no, no se los publico.
Mi Periodismo de emergencia apareció en una bellísima edición de la colección Debate con portada magnífica. Estuvo un par de semanas en la mesa de novedades y luego desapareció de las librerías como empresario secuestrado. Pensé para mí mismo: Fue un éxito, ¡se agotó la edición!
Tres años después, el 27 de septiembre de 2010, recibí una carta solemne de Denixe Hernández (gerente de derechos de autor de Random House) que según el amigo que me pidió no publicar su nombre es también una mujer buenagente muy eficaz en eso de deshacerse de los libros, no de leerlos.
En un lenguaje de notario o médico forense, la tal Denixe me comunicaba, palabras más palabras menos, que sus almacenes estaban repletos de mi Periodismo de emergencia y que yo podría comprar los ejemplares que quisiera —en un plazo no mayor de diez días y con un fabuloso descuento del diez por ciento— antes de que la editorial los sometiera a una implacable operación de “destrucción”.
¿Qué les harán?, me pregunté, ¿incinerarlos como los nazis quemaban libros?,¿hacerlos tiritas?
La carta de Denixe terminaba con un gentil En espera de sus noticias le envío un cordial saludo.
Intenté comunicarme telefónicamente con mi querido Andrés Ramírez, pero como Andrés siempre está en una junta, no lo conseguí de inmediato. Insistí hasta dar con él. Lo increpé.
—Es que… es que… —titubeaba Andrés—. Hay un malentendido… Lo que pasa es que… es que… pensábamos hacer una nueva edición en Libros de Bolsillo.
—¡Cómo una edición de bolsillo si me dicen que tienen la bodega retacada de mis libros!
—Es que… es que… Di por terminado el asunto después de un breve alegato en el que me despedí para siempre de Random House. Ni modo.
—Pero de qué te extrañas—me dijo el amigo que me pidió no publicar su nombre—, es lo más natural.
—¿Te parece natural que guillotinen los libros como a las víctimas del crimen organizado?
—No exageres, solamente son libros.
—Pues que los regalen a las escuelas, a las bibliotecas de aula, a las campañas de fomento a la lectura de Felipe Garrido.
—Tendrían que pagar impuestos porcada ejemplar regalado.
—¿De veras?
—Así es.
—Pero destruirlos es un crimen.
—No exageres—volvió a decir el amigo que me pidió no publicar su nombre—.
Olvídalo y ponte a escribir buenos libros.
Por un momento pensé en ir con Gerardo Villa del Ángel y organizar un movimiento como el de Javier Sicilia en defensa de las víctimas de las editoriales que guillotinan títulos en lugar de distribuirlos bien.
No lo hice. Se me pasó el coraje.
El otro día —como dice Álvaro Uribe—fui a mironear libros viejos en la calle
Donceles. Entraba y salía muy campante hojeando volúmenes que sobrevivieron a la trituración cuando de pronto, en uno de los tiraderos de don Ubaldo, encontré sobre una mesa de saldos en barata, entre la polilla y el polvo, un ejemplar de Periodismo de emergencia.
Ahí estaba, quietecito, flamante, vivo. Me temblaba la mano cuando lo alcé lentamente y lo oprimí contra mi pecho como quien apapacha a una hija. Se me escapó una lágrima. Por supuesto lo compré: me costó treinta y cinco pesos.
(*) Este texto se publicó en el número 95 de la Revista de la Universidad de México.

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