En la clase de Música, a Hugo Teros le dieron una flauta para que tocara la Marcha de los Santos junto a sus compañeros de aula. Tendría, entonces, 14 años.
La tomó en sus manos, colocó los dedos en los orificios y sopló. La flauta sonó. Había un ritmo en sus notas. Luego se escuchó solo el silencio.No quiso tocar más.
Entendió que no tenía la resistencia ni la respiración adecuada porque, desde que nació, su labio y paladar eran diferentes a los de los otros niños.
En la clase de música, a Hugo Teros le dieron un tambor. Un golpecito, dos, uno más. Hubo un ritmo básico, una conexión entre el sonido y sus palpitaciones.
“Nada más le di el primer patrón rítmico porque no tenía noción de música. Cuando lo escuché me sentí emocionado. Yo creo que ya traía eso de las percusiones en la sangre”, dice este músico urbano que pasa sus 27 años entre sonidos de tambores, con un estilo desenfadado y rastas que le confieren su libertad diaria.
Halló en las percusiones un refugio interno y una forma perfecta de expresión. Primero las tarolas, luego el djembé y el bongó, estos dos últimos venidos de África, con sonidos que laten y envuelven.
Si caminaba por las calles, Hugo Teros sentía el impulso de pararse en la esquina a hacer sonar su djembé –ese tambor en forma de cáliz, con cuero y madera–. Lo hacía y se perdía en sus vibraciones, en la gente que comenzaba a rodearlo, atraída por una forma de hipnosis que desconocía, pero agradaba.
“El tambor es una herramienta muy poderosa, es un instrumento muy fuerte donde se canaliza toda la energía. Es realmente como la flauta mágica que hipnotizó a los ratones. El tambor llama a los latidos del corazón. Cuando la gente lo escucha, voltea y busca el sonido”, asegura.
Y es cierto. Las tribus del mundo tienen un tambor con el que llaman a su gente: el tambor como símbolo de unidad, de fraternidad, de fiesta y también de guerra.
A Hugo Teros lo envolvió una efusión por las percusiones y ya no quiso despegarse de ellas. De tocar por impulso en la esquina pasó a integrarse formalmente a un grupo musical, llamado Buena Vibra Social Sound, con el que ha recorrido gran parte de la República Mexicana, desde Tijuana hasta Cancún, pasando por la Ciudad de México, Veracruz, Oaxaca, Chiapas y Yucatán, en eventos culturales importantes, en la calle, en las plazas o en los hoteles.
El 21 de mayo de 2007, cuando el grupo cumplió un año, se hizo la primera rasta. Era simbólica. A esa le siguieron decenas de rastas que le acentuaron el carácter y le dieron identidad con su música.
“Las rastas son un símbolo de protesta, pero no de rebeldía. La apariencia es una cosa distinta de lo que la gente es. Si me van a criticar, es mejor que primero me conozcan. Mucha gente se arregla todos los días el cabello, pero por qué no se arregla el corazón. Mis rastas son un espejo para la gente: en lugar de ver cómo traigo el cabello, que vean cómo está por dentro”, dice, con cierta razón.
Aunque estudió tres años de Psicología en la Universidad de Sonora, Hugo Teros prefirió la música. En casa, sus papás aceptaron su decisión porque han visto cómo se entrega a las percusiones.
Este miércoles ensayará con el grupo. Tal vez hará algunas improvisaciones o perfeccionará las canciones de siempre. Uno nunca sabe lo que deparará el destino.
Entendió que no tenía la resistencia ni la respiración adecuada porque, desde que nació, su labio y paladar eran diferentes a los de los otros niños.
En la clase de música, a Hugo Teros le dieron un tambor. Un golpecito, dos, uno más. Hubo un ritmo básico, una conexión entre el sonido y sus palpitaciones.
“Nada más le di el primer patrón rítmico porque no tenía noción de música. Cuando lo escuché me sentí emocionado. Yo creo que ya traía eso de las percusiones en la sangre”, dice este músico urbano que pasa sus 27 años entre sonidos de tambores, con un estilo desenfadado y rastas que le confieren su libertad diaria.
Halló en las percusiones un refugio interno y una forma perfecta de expresión. Primero las tarolas, luego el djembé y el bongó, estos dos últimos venidos de África, con sonidos que laten y envuelven.
Si caminaba por las calles, Hugo Teros sentía el impulso de pararse en la esquina a hacer sonar su djembé –ese tambor en forma de cáliz, con cuero y madera–. Lo hacía y se perdía en sus vibraciones, en la gente que comenzaba a rodearlo, atraída por una forma de hipnosis que desconocía, pero agradaba.
“El tambor es una herramienta muy poderosa, es un instrumento muy fuerte donde se canaliza toda la energía. Es realmente como la flauta mágica que hipnotizó a los ratones. El tambor llama a los latidos del corazón. Cuando la gente lo escucha, voltea y busca el sonido”, asegura.
Y es cierto. Las tribus del mundo tienen un tambor con el que llaman a su gente: el tambor como símbolo de unidad, de fraternidad, de fiesta y también de guerra.
A Hugo Teros lo envolvió una efusión por las percusiones y ya no quiso despegarse de ellas. De tocar por impulso en la esquina pasó a integrarse formalmente a un grupo musical, llamado Buena Vibra Social Sound, con el que ha recorrido gran parte de la República Mexicana, desde Tijuana hasta Cancún, pasando por la Ciudad de México, Veracruz, Oaxaca, Chiapas y Yucatán, en eventos culturales importantes, en la calle, en las plazas o en los hoteles.
El 21 de mayo de 2007, cuando el grupo cumplió un año, se hizo la primera rasta. Era simbólica. A esa le siguieron decenas de rastas que le acentuaron el carácter y le dieron identidad con su música.
“Las rastas son un símbolo de protesta, pero no de rebeldía. La apariencia es una cosa distinta de lo que la gente es. Si me van a criticar, es mejor que primero me conozcan. Mucha gente se arregla todos los días el cabello, pero por qué no se arregla el corazón. Mis rastas son un espejo para la gente: en lugar de ver cómo traigo el cabello, que vean cómo está por dentro”, dice, con cierta razón.
Aunque estudió tres años de Psicología en la Universidad de Sonora, Hugo Teros prefirió la música. En casa, sus papás aceptaron su decisión porque han visto cómo se entrega a las percusiones.
Este miércoles ensayará con el grupo. Tal vez hará algunas improvisaciones o perfeccionará las canciones de siempre. Uno nunca sabe lo que deparará el destino.
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Se admiten, madrazos, chingadazos si son justos y merecedores. Quien este libre de pecado que tire el primero