Nadie se acostumbra a la muerte, por más que lo intente. Nadie se acostumbra a una llamada telefónica y a una Ángeles Morenosollozante que te dice: murió Sergio Valenzuela. Nadie piensa que va a pasar hasta que pasa. Y entonces uno se pone a revivir a Sergio en la memoria. Y se arrepiente de que no hayan sido más momentos los momentos.
Lo conocí primero a través de sus libros. Hace una década que leí “Crónicas de Eva” (premio Concurso del Libro Sonorense 1998). Me acuerdo que me sorprendió su elaborada, rítmica, barroca y fina prosa. Este escritor es un gran escritor, me dije.
Posteriormente llegaron “De oráculos dispares” y “De púrpura encendida”, dos novelas imposibles en la narrativa sonorense hasta que las escribió Sergio.
Luego lo conocí en persona y tuve la oportunidad de trabajar a su lado. Era meticuloso, obsesivo, devoto de la palabra, domador de la frase, un escritor en toda la extensión de la palabra, de los grandes, de los pocos que hay en Sonora, en la que abundan los de membrete y pasarela.
Creo que tuve el privilegio de editar su último libro, un poemario para niños de una exquisitez lorquiana: “Son de agua” (IMCA, 2010). En lo personal, me siento muy orgulloso con el resultado. No tuve ningún mérito, aclaro. Los delicados y juguetones versos de Sergio los puse al alcance de la talentosísima pintora Venecia López y del gran diseñadorLeonel López. Entre los tres crearon una pequeña joya, para mi gusto, el mejor libro para niños que se ha publicado en el Estado.
Lo presentamos en la Feria del Libro de Hermosillo 2010. La misma que lo homenajeó. No quiso figurar. Pidió que tres niños leyeran algunos de los poemas de “Son de agua”. Él, sentado entre el público, se volvió niño y disfrutó de aquellos sonoros versos en voz de tres pequeñas princesas. Recuerdo que lo veía aplaudir entusiasmado, emocionado, conmovido. No había un ápice de la arrogancia que caracteriza a todos los escritores, de la vanidad que los empequeñece frente a su obra.
Para entonces ya estaba enfermo, la muerte le seguía los pasos y lo sabía. Así que en esa Feria del Libro que llevó su nombre, apapachó y se dejó apapachar por quienes lo querían y admiraban.
Estaba reconciliándose con el mundo.
Ojalá lo haya hecho y haya cerrado los ojos en paz. No es fácil cuando se es un narrador de tanto talento en un estado que ignora a sus grandes escritores, que no los lee, que los homenajea para tener la conciencia tranquila. Pienso enAbigael Bohórquez, poeta mayor de México, despreciado en su tierra, rescatado gracias a la perseverancia de un puñado de locos que se han aferrado a que no muera la obra del caborquense.
Pocos saben que Sergio Valenzuela ha sido el único escritor de la región que ha publicado con Editorial Planeta. En los 70, Sergio estudiaba periodismo en España y “De oráculos dispares” salió a la luz llena de buenos augurios y de promesas.
Pero un escritor, además de talento y disciplina (a Sergio le sobraban), necesita un gramo de suerte, de estar en el lugar indicado con la gente indicada.
Sergio Valenzuela, con el tiempo, se convirtió en un escritor de provincia. A los escritores de provincia se les reconoce mucho pero se les lee muy poco, es su sino.
Hay escritores de provincia que tal vez merezcan ese destino.
Sergio, no.
La obra de Valenzuela está llena de matices, sutilezas, laberintos verbales que exigen verdaderos lectores, apasionados lectores. Como él, a quien los ojos le brillaban cuando hablaba de libros casi tanto como cuando hablaba de mujeres (su otra pasión).
Habrá merecidos homenajes, me imagino.
Pero se me ocurre que la única manera de tenerlo entre nosotros es leyéndolo, conociendo la obra de uno de los mejores novelistas que ha dado Sonora.
Descanse en paz